Inwazja radziecka 17 września
Wydarzenia Historyczne
CONTEXTO GEOPOLÍTICO, DINÁMICA MILITAR Y PARALELOS ESTRUCTURALES CON LA GUERRA EN UCRANIA
Es sobradamente conocido que el 1º de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia desencadenando así la Segunda Guerra Mundial. Menos difundido, aunque no menos decisivo, es el hecho de que apenas dieciséis días después, el 17 de septiembre, la Unión Soviética emprendió a su vez una invasión fulminante del territorio polaco, sellando el destino del país en virtud de lo pactado en el protocolo secreto del Pacto Ribbentrop–Molotov.
La agresión soviética tomó completamente por sorpresa a las autoridades polacas. Tal era el grado de desconcierto que, un día antes, el gobierno polaco había solicitado a Moscú ambulancias para evacuar a los heridos hacia hospitales ubicados en la retaguardia. A pesar del formidable avance alemán desde el oeste, cerca de 600.000 soldados polacos continuaban combatiendo con disciplina ejemplar al amanecer del 17 de septiembre.
Sometida al ataque simultáneo de las dos mayores potencias militares de la época, Polonia logró una resistencia que aún hoy causa asombro: mantuvo la lucha durante cinco semanas. La última gran unidad polaca en capitular fue la del general Franciszek Kleeberg, el 6 de octubre, únicamente por falta de munición. La comparación con la caída de Francia en 1940 defendida por fuerzas numéricamente equiparables a las alemanas, reforzadas por el cuerpo expedicionario británico y varias formaciones polacas apenas logró defenderse una semana más que Polonia.
En la frontera oriental, la situación tuvo rasgos épicos. Aquella línea estaba defendida por el Korpus Ochrony Pogranicza (KOP), el Cuerpo de Protección Fronteriza, una fuerza de élite análoga a la Gendarmería Nacional Argentina. Tuve la oportunidad de entrevistar a varios de sus veteranos. Me relataron que muchos destacamentos estaban organizados en agrupaciones equivalentes a los “grupos de tiradores” del Ejército Argentino: un suboficial —generalmente Cabo Primero o Sargento— al mando de 10 a 15 soldados. Esos pequeños núcleos, gracias a su preparación y cohesión, lograron contener durante horas el avance de compañías soviéticas completas, de alrededor de 150 hombres, hasta agotar por completo sus municiones. La ecuación era cruel; los soviéticos avanzaban con un caudal humano que superaba ampliamente el número de balas que los polacos podían oponerles.



Uno de los testimonios más reveladores que escuché describía los ataques soviéticos en formaciones compactas. Al abrir fuego con una ametralladora pesada, el soldado que me lo narraba veía caer a los soviéticos “como trigo bajo la hoja de la hoz”. La crudeza de su descripción ilustra de manera directa lo encarnizado de aquellos combates y la indiferencia soviética hacia sus propias bajas.
Igualmente, dramática fue la defensa de la ciudad de Grodno. Las fuerzas soviéticas irrumpieron con tanques en las calles y fueron enfrentadas con cócteles incendiarios improvisados, muchas veces arrojados por adolescentes. Tras la caída de la ciudad, la mayoría de los defensores —incluidos numerosos menores— fueron ejecutados sumariamente.
Resulta llamativo que, más de ocho décadas después, las fuerzas armadas de la Federación Rusa repitan errores tácticos ya ampliamente estudiados y comprendidos en las academias militares contemporáneas. Las imágenes recientes del frente ucraniano, donde oleadas de infantería rusa avanzaban bajo fuego concentrado en lo que numerosos analistas describen como una auténtica “trituradora de carne”, evocan inquietantemente las prácticas de 1939: una lógica de desgaste humano que parece prescindir casi por completo del valor de la vida de los propios soldados.
La ocupación soviética que siguió a la invasión fue aterradora. La mayoría de los oficiales polacos hechos prisioneros fueron asesinados en Katyn y en otros lugares de ejecución; entre ellos se encontraba mi tío abuelo, el capitán Jerzy Bychowiec, quien fue el primer Oficial polaco asesinado allí. Cerca de 1.500.000 ciudadanos polacos —en su abrumadora mayoría civiles— fueron deportados a Siberia y a Asia Central, donde padecieron hambre, trabajos forzados y condiciones extremas.
La suerte de los deportados cambió abruptamente el 22 de junio de 1941, cuando Alemania lanzó la Operación Barbarroja e invadió a su antiguo aliado soviético. La ofensiva alemana avanzó con tal velocidad que Stalin comprendió que los polacos le serían más útiles combatiendo contra la Wehrmacht que muriendo en los campos soviéticos. Así se firmó, el 30 de julio de 1941, el Acuerdo Sikorski–Majski, que permitió la liberación de los deportados y la posterior formación del II Cuerpo Polaco al mando del general Władysław Anders. Pero esa ya es otra historia.




Andrés Chowanczak
Vicepresidente de la Unión de los Polacos en la República Argentina




