26/02/2023

La rivalidad de los magnates y la crisis de soberanía

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A Ladislao IV le sucedió su hermano Juan Casimiro, quien tomó por esposa a la reina viuda, Luisa María de Gonzaga, cuyo talento y ambición le valieron un gran ascendiente sobre el rey y el gobierno.

Antes de que se llevara a cabo la elección de Juan Casimiro, los cosacos con ayuda de los tártaros desbarataron a las tropas polacas en Żółte Wody, Korsuń y Piławce. La sublevación se extendió a toda Ucrania, donde los cosacos comenzaron a echar las bases de un estado propio. Los intentos del rey y del canciller Jerzy Ossoliński por solucionar el conflicto pacíficamente no dieron resultado. Sólo después del infructuoso sitio de Zbaraż por los cosacos y de la indecisa batalla de Zborów se llegó a un acuerdo en el que Polonia reconocía la autoridad de Chmielnicki en Ucrania. En 1651 las hostilidades se reiniciaron y los cosacos y tártaros fueron vencidos en la batalla de Beresteczko, que se prolongó por tres días, después de la cual se firmó en Biała Cerkiew un tratado menos favorable para los cosacos. Una nueva guerra y la victoria de los cosacos en Batoh condujeron en 1653 al siguiente tratado, firmado en Żwaniec, que restituía los términos del tratado de Zborów.

Buscando apoyo en otros países, Chmielnicki firmó en 1654 en Pereiaslav un tratado con el zar de Rusia, por el cual éste se convertía en protector de Ucrania. Este tratado tuvo dos consecuencias inmediatas: la guerra ruso-polaca y un acuerdo de la República con los tártaros. La guerra por Ucrania, durante la cual Moscú llegó a ocupar en un momento casi todo el Gran Ducado de Lituania, fue interrumpida por la paz en 1656, ya que Rusia no deseaba hacerle más fácil la victoria a los suecos. En 1655 el rey de Suecia Carlos Gustavo invadió Polonia con el propósito de dominar íntegramente el litoral del Báltico. Polonia se encontraba agotada por las guerras anteriores y mal preparada para una nueva contienda, a lo cual hay que agregar la indecisión de una parte de la nobleza y de muchos magnates contrarios a Juan Casimiro, dispuestos a someterse a Carlos Gustavo si éste reconocía los derechos de los gentilhombres. La nobleza de la Polonia Mayor reunida en Ujście se rindió a los suecos sin ofrecer resistencia, al tiempo que Janusz y Bogusław Radziwiłł reconocieron en Kiejdany el dominio sueco sobre toda Lituania. La nobleza de otras provincias siguió este ejemplo y muchas dietas provinciales reconocieron la autoridad de Carlos Gustavo. El ejército real capituló después de algunas batallas y Juan Casimiro se refugió en Silesia. Antes de terminar el año 1655 el “diluvio” sueco (con tal nombre pasó a la historia) se derramó casi por todo el territorio de la República que no había sido ocupado por Rusia y por los cosacos.

Los saqueos y violencias cometidos por los invasores protestantes generaron rápidamente la resistencia armada de nobles, siervos y burgueses. La noticia de la heroica defensa del monasterio de Częstochowa se difundió por todo el país y animó a los polacos. Juan Casimiro retornó a Polonia y recibió el apoyo de casi todos los que antes habían aceptado a Carlos Gustavo. El rey encomendó el mando de las tropas al hetmán Stefan Czarniecki y poco a poco la balanza comenzó a inclinarse a favor de los polacos.

En 1656 Carlos Gustavo obtuvo el apoyo del elector de Brandenburgo Federico Guillermo y venció en la batalla de tres días de Varsovia, pero este pasajero éxito no pudo mejorar ya la situación militar de los suecos. Carlos Gustavo logró también llevar a un acuerdo que preveía el reparto de Polonia entre Suecia, Brandenburgo, Transilvania y los cosacos, Bogusław Radziwiłł debía obtener una parte de Lituania como ducado independiente. Consecuencia de este acuerdo fue una devastadora incursión a Polonia del príncipe de Transilvania Jorge Rakoczy (1657). En este momento Austria y Dinamarca entraron en la guerra contra Suecia. Luego abandonó a los suecos el elector de Brandenburgo, a cambio de lo cual Juan Casimiro debió concederle la soberanía del Ducado de Prusia. En 1660 se firmó con la mediación de Francia el tratado de Oliwa, que restituía a Polonia en sus fronteras de antes de la guerra. Las secuelas de este conflicto fueron catastróficas, la población quedó fuertemente reducida, las ciudades saqueadas y la economía arruinada.

Aunque el “diluvio” había terminado, en la frontera oriental estallaba un nuevo conflicto. Jan Wyhowski, sucesor de Chmielnicki, rompió en 1658 el tratado de Pereiaslav y firmó en Hadziacz un acuerdo con Polonia por el cual se debía erigir un ducado ruteno que integraría, en calidad de tercer miembro, el estado polaco-lituano. Sin embargo, la mayoría de la población de Ucrania rechazó el acuerdo con la República y se reinició la contienda polaco-rusa, terminada en 1667 con el tratado de Andruszow, que incorporaba a Moscú los territorios de Smoleńsk, Chernigov y Seversk, parte de la margen derecha del Dniéper y Kiev. Esta frontera fue sancionada en 1636 por la paz de Grzymułtowski.

Los desastres bélicos agudizaron la crisis política interna de Polonia. En 1652 por primera vez se llegó a disolver la Dieta por la oposición de un solo diputado, estableciéndose así el derecho del liberum veto (en latín: libre, me opongo).

Juan Casimiro y Luisa María se proponían introducir importantes reformas institucionales: mejorar el sistema de sesiones de la Dieta, establecer impuestos permanentes, fortalecer el poder ejecutivo y designar a un sucesor (se trataba del francés Eugenio de Enghien, príncipe de Condé). La oposición se negó a aceptar estos planes y cuando su jefe, el hetmán Jerzy Lubomirski, fue condenado al destierro, se rebeló (1665-1666) con el tácito apoyo de Austria. A pesar de la derrota del ejército real en Mątwy, los rebeldes se vieron finalmente obligados a capitular, pero los proyectos de reformas de Juan Casimiro quedaron definitivamente anulados. A la muerte de la reina en 1668, Juan Casimiro abdicó y partió a Francia, donde murió en 1672. Con él se extinguió la línea polaca de los Vasa que había sido una continuación de la dinastía jaguelónica.

Durante la elección fue lanzado el lema de elegir a un rey polaco, saliendo coronado Miguel Korybut Wiśniowiecki, hijo del hetmán Jeremi Wiśniowiecki, famoso por sus campañas contra los cosacos. La incapacidad y la falta de sentido político del nuevo rey (1669-1673) hicieron de él un títere en manos de los magnates del partido pro austríaco que habían apoyado su elección. La oposición, de tendencia pro francesa, tenía por vocero al hetmán Juan Sobieski.

En 1672 invadió la República el sultán Mehmed IV. Al caer en sus manos la fortaleza de Kamieniec Podolski, les impuso a los polacos el humillante tratado de Buczacz, por el cual Turquía obtuvo Podolia, Kiev y un tributo anual de Polonia. Al año siguiente Sobieski desbarató a los turcos en Chocim, pero ello no cambió las condiciones del tratado. La victoria de Chocim le proporcionó a Sobieski el trono de Polonia a la muerte de su antecesor.

Juan III Sobieski (1674-1696) se distinguió por su genio militar y su talento político. La meta de su política fue concentrar una paz duradera con Turquía y quitarle a Brandenburgo el Ducado de Prusia, para lo cual firmó sendos tratados con Francia (1675) y Suecia (1677), pero debió abandonar estos ambiciosos proyectos en vista de que recrudeció la contienda con el Imperio Otomano. En 1676 se había firmado con la Puerta un tratado que le devolvía a Polonia la margen derecha del Dniéper, pero la amenaza turca seguía pesando sobre la República y, en vista de que la mayoría de la nobleza era contraria al acercamiento con Francia y Suecia, Sobieski se vio obligado a cambiar sus planes políticos y unirse a los Habsburgo.

En 1683 la República se alió a Austria y acudió en ayuda de Viena cuando ésta fue sitiada por el enorme ejército de Kara Mustafá. Sobieski tomó el mando de las tropas cristianas y el 12 de septiembre de 1683 obtuvo sobre los turcos una magnífica victoria a la cual contribuyó decisivamente la brillante carga de los húsares polacos. La batalla de Viena fue el último gran éxito militar de la República nobiliaria y detuvo la expansión de Turquía en Europa. En 1684 Polonia accedió a la alianza antiturca y prosiguió la guerra que se prolongó hasta después de la muerte de Juan III.

Sobieski se esforzó, como muchos de sus antecesores, por afianzar el poder real y poner coto a las intrigas de los magnates, pero no logró doblegar a la oposición, cuyos principales representantes en la Corona eran el primado Michał Radziekowski y el mariscal Estanislao Heraclio Lubomirski, mientras que en Lituania la dirigían los magnates Pac y Sapieha. La oposición aristocrática era envalentonada además por las intrigas de las potencias extranjeras. Los fracasos en la política interna fueron desanimando al rey a tal punto que en los últimos años de su vida perdió toda iniciativa.

De la rivalidad por el trono de Polonia a la muerte de Juan III Sobieski salió vencedor el príncipe elector de Sajonia, Federico Augusto, si bien había sido elegido por una minoría, mientras la mayoría de la Dieta se había declarado a favor del príncipe francés Luis de Conti. El elector de Sajonia contaba con el apoyo de Austria y Rusia y se adelantó a su rival, siendo coronado como Augusto II. El fin que persiguió Augusto el Fuerte (llamado así por su descomunal fuerza física) durante su reinado (1697-1733) fue establecer en Polonia una monarquía absoluta y hereditaria. En 1699 el tratado de Karlowitz devolvió a Polonia los territorios ocupados por Turquía desde el tratado de Buczacz.

Augusto II se alió como elector de Sajonia a Rusia y Dinamarca en una nueva guerra contra Suecia, que duró desde 1700 hasta 1721. En 1702 Carlos XII de Suecia invadió Polonia. La mayoría de la nobleza permaneció fiel a Augusto y se unió en su defensa en la confederación de Sandomierz, al tiempo que una parte de los nobles se declaraba a favor de los suecos. En 1704 los adversarios de Augusto el Fuerte anunciaron su destronamiento y eligieron en su lugar al magnate Estanislao Leszczyński, el cual, sin embargo, a falta de un ejército propio dependía totalmente de Suecia. Dado que los partidarios del monarca legal firmaron un acuerdo de paz con el zar Pedro I que permitía a las tropas rusas operaren el territorio de la República, el país tenía ahora dos reyes y dos protectores extranjeros. En 1706 los suecos entraron en Sajonia y Augusto II se vio obligado a abdicar al trono de Polonia, que recuperó en 1709, al ser derrotado Carlos XII por Pedro I en Połtawa.

Los abusos cometidos por las tropas sajonas en Polonia condujeron en 1715 al motín de la confederación de Tarnogród, con el tácito apoyo de Rusia. La confederación estaba dirigida contra el rey, pero fue también el último arranque de la mediana nobleza por recuperar la influencia política que había perdido en provecho de la aristocracia. La guerra civil terminó con un acuerdo de compromiso firmado en Varsovia con la mediación de Rusia (1716) y con la dieta “muda” de 1717, en la cual no se dejó hablar a los diputados por temor a que algún “liberum veto” anulara el acuerdo. La dieta “muda” duró un solo día y confirmó la dependencia de Rusia, convertida en garante de las libertades nobiliarias. A pesar de que las reformas fiscales y militares aprobadas en 1717 eran muy insuficientes, aun así su realización se encontró con toda clase de trabas durante más de medio siglo.

Mientras la República dejaba de jugar un papel activo en la política internacional, junto a ella crecían en potencia el imperio ruso y el Reino de Prusia, proclamado en 1701 y que comprendía los territorios del Ducado de Prusia y Brandenburgo, separados por la Prusia Real y una parte de la Polonia Mayor, que habrían de ser en el futuro la primera víctima de los apetitos expansionistas del nuevo estado. Pero los proyectos de partición de Polonia tenían su origen no sólo en las cortes extranjeras sino también en la misma capital de Polonia, ya que Augusto II quería afianzar su poder y asegurar la sucesión de su hijo aun al precio de concesione territoriales a los estados que le ayudaran en la empresa. Si no se llegó entonces a un reparto de Polonia, fue sólo porque Rusia no estaba dispuesta a que Prusia creciera a expensas de la República. Pero los tres estados limítrofes estaban de acuerdo en que en Polonia había que mantener las absolutas libertades de la nobleza, a fin de que el país no se levantara de la postración política. En 1732 Rusia, Austria y Prusia firmaron un tratado secreto relativo a Polonia llamado “pacto de las águilas negras” (aludiendo a los escudos de los tres países).

Se puede decir que desde el “diluvio” sueco el país vivía una permanente crisis económica debida a las secuelas de las guerras. La relativa recuperación lograda al cabo de medio siglo fue anulada por las destrucciones de la Guerra del Norte (1700-1721). Casi todas las ciudades decayeron. La economía rural, cuya base era el trabajo obligatorio de los siervos, también se hallaba en crisis. La inhumana explotación de los siervos, que constituían las dos terceras partes de la población, provocaba rebeliones contra los nobles.

En teoría la República seguía siendo una democracia nobiliaria, aunque en la práctica detentaba el poder un reducido grupo de magnates. Estos grandes aristócratas debían su posición a los extensos latifundios, a sus ejércitos particulares y a los muchos hidalgos pobres dependientes de ellos. Las familias aristocráticas rivalizaban por el poder en las provincias y en la República, los partidos que gravitaban en torno a ellas eran muy variables en número y orientación, según las circunstancias, pero los partidarios de ampliar las ya escasísimas atribuciones del rey se encontraban siempre en minoría. La nobleza mediana era en su mayoría opuesta a cualquier cambio institucional. Tanto la corte como los distintos grupos de magnates buscaban apoyo en el exterior.

La aristocracia había ocupado todos los cargos públicos y bienes que en otros tiempos habían sido reales y cuyo producto estaba destinado a la administración del estado. Los ministros nombrados por el rey eran vitalicios y, en la práctica, no respondían ante nadie. En esto se llevaban la palma los hetmanes, cuyo poder político era ya casi igual al del rey. La Dieta era inoperante por el abuso del liberum veto, al cual recurrían no sólo los diputados vinculados a los magnates sino también los sobornados por las potencias extranjeras. Una de las consecuencias de la decadencia de la Dieta fue un crecimiento de las competencias de las asambleas provinciales, que establecían los impuestos locales y reclutaban ejércitos propios. Estos gobiernos provinciales, obedientes a los potentados de la región, fueron considerablemente disminuidos por la “dieta muda”, que redujo sus atribuciones en materia de impuestos y les quitó sus atribuciones militares.

El poder incontrolado de los magnates, extendido incluso a los tribunales, contribuyó a la descomposición de las instituciones públicas y a la anarquía general. La nobleza defendía celosamente su “dorada libertad”, cuya máxima expresión era el inalienable derecho a la elección de los reyes y al liberum veto. Uno de los principios fundamentales de esta ideología era la igualdad de todos los miembros del estado noble. Cuanto más grandes eran las desigualdades reales, tanta mayor importancia se concedía a las apariencias de igualdad y, a excepción de los títulos de las viejas dinastías lituanas y rutenas, no se reconocían títulos aristocráticos. Sin embargo, en el s. XVIII eran cada vez más numerosas las familias aristocráticas que obtenían el título de conde del papa o del emperador germánico. La nobleza estaba firmemente convencida de la superioridad del sistema social y político de la República y cultivó aún por largo tiempo esta megalomanía nacional referida exclusivamente a su propia clase. Consideraba también que la existencia de su estado y la inviolabilidad de sus fronteras correspondían a los intereses de los estados limítrofes.

En estas condiciones se acentuó la xenofobia basada en la convicción de que todo lo extranjero puede resultar pernicioso para las costumbres y el régimen nacional, se temía sobre todo a la “peste de la tiranía” que podría venir de otros países.

Toda esta ideología política y, en general, la cultura de la nobleza de este período es lo que se conoce en la historia polaca con el nombre de “sarmatismo”. Esta corriente había aparecido ya en la “edad de oro”, pero floreció cabalmente a fines del . XVII y a todo lo largo del s. XVIII. Se manifestaba en las costumbres tradicionalistas y conservadoras de la nobleza, en la propensión a una opulencia con muchos rasgos orientales y en el gusto por opíparos banquetes, todo lo cual quedó bien resumido en el refrán de la época: “Gobernando rey sajón, come, bebe y afloja el cinturón”. Este estilo de vida de la nobleza contrastaba con la pobreza de los aldeanos y el abandono de las ciudades.

En la segunda mitad del s. XVII se acentuó en Polonia la intolerancia católica. En 1658 un edicto de la Dieta expulsó del país a los arrianos, otro edicto de 1733 prohibió a los disidentes a ocupar cargos públicos. La triunfante contrarreforma colocaba a los heterodoxos al margen de la comunidad nacional, proclamando que el polaco es católico. Uno de los factores que más estimuló esta intolerancia fueron los colegios jesuitas en los que estudiaban la mayoría de los jóvenes nobles. Estaba muy difundida por entonces la mesiánica convicción de que Polonia cumplía la sagrada misión de “antermuro de la cristiandad”, aunque el tratado de Karlowitz privó a esta opinión de todo asidero real.

El triunfo de la contrarreforma y del sarmatismo incidió negativamente en las actividades culturales e intelectuales y redujo los contactos culturales con otros países europeos. Sin embargo, la cultura polaca siguió influyendo aún por mucho tiempo en Moldavia y Rusia. A la muerte de Augusto II la sucesión de Polonia fue motivo de una guerra. En 1733 la gran mayoría de la dieta electoral optó por Estanislao Leszczyński, cuya popularidad había aumentado mucho desde la Guerra del Norte y que contaba con el apoyo de Francia (su hija María era esposa de Luis XV). Esta tentativa de acabar con la intromisión de las potencias vecinas fue desbaratada por la intervención armada de Rusia a favor del candidato elegido por una minoría sobornada de electores y que era el hijo del fallecido monarca. Leszczyński se refugió en Gdańsk, a la cual pusieron sitio las tropas rusas, hasta que, privado de toda ayuda, debió partir a Francia. En 1736 Estanislao Leszczyński renunció a sus pretensiones al trono de Polonia y recibió en cambio a título vitalicio el principado de Lorena, donde falleció en 1766.

Rey de Polonia quedó Augusto III (1734-1763) que, a diferencia de su padre, fue un soberano de excepcional incapacidad. Prefirió residir en su Sajonia hereditaria y de desinteresó de los asuntos polacos, confiando el gobierno de Polonia a su ministro Enrique Bruhl. Durante el reinado de Augusto III sólo una sesión de la Dieta llegó a promulgar un decreto, todas las demás terminaron en vetos. Durante la Guerra de los Siete Años, en la que Inglaterra y Prusia se enfrentaron a Austria, Rusia, Francia y Suecia, la República se convirtió en campo de batalla de ejércitos extranjeros.

Los partidarios de introducir reformas estaban agrupados en torno a la influyente familia Czartoryski, sumamente ramificada y apoyada por una numerosa clientela de nobles. Entre 1762 y 1763 los Czartoryski prepararon con el apoyo de Rusia un golpe de estado que debía permitir los cambios institucionales, pero Catalina II decidió postergar su intervención hasta la muerte de Augusto III.

El período de los reyes sajones fue el de mayor decadencia de la República, pero ya entonces se hacían oír las primeras voces que reclamaban transformaciones. La paz que siguió a la Guerra del Norte favoreció la reconstrucción del país, la economía comenzó a animarse, si bien lentamente y no en todas las regiones. Algunos grandes latifundistas empezaron a sustituir la servidumbre por el arriendo a fin de estimular la economía rural.

Los escritores políticos presentaban proyectos de reformas políticas, exigiendo en primer lugar la abolición o, al menos, la restricción del liberum veto. Entre los programas de enmienda de la República destaca por su madurez el esbozado por el padre Stanisław Konarski en su obra “El debate eficaz” (1760). Konarski dio comienzo a la modernización de la enseñanza, fundando en 1740 en Varsovia el Colegio de Nobles, cuyo moderno programa fue emulado después por los colegios jesuitas y las escuelas pías. En el campo cultural hay que citar a los hermanos Załuski, generosos protectores de las artes y las ciencias y fundadores de la primera biblioteca pública de Varsovia (1747). Todo este fermento intelectual tenía lugar bajo el influjo de las ideas de la Ilustración que venía a Polonia de Occidente.

Fuente: “Panorama histórico de Polonia”,

Biblioteka Im. Ignacego Domeyki

Transcripción: Honorio Szelagowski

Director de Prensa CiPol