07/11/2022

La cristianización y los principios del Estado

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A comienzos de la primavera del año 1000 llegó como peregrino a la tumba del obispo mártir san Adalberto, el emperador alemán Otón III. Llegó a Gniezno, capital del Estado creado por Mieszko, quien fuera bautizado en 966. Ahora su hijo, amigo del santo obispo, estaba recibiendo con gran pompa al emperador de Occidente, asumiendo así el papel de “aliado de la nación romana”. Fue muy rápido el avance de este Estado, poco antes sumido en el anonimato de las tribus, y que ahora tomaba el partido del a unión cristiana. En el año 1000 ya era una unión política, espiritual y cristiana, aunque todavía no plenamente europea. Con todo, mantenía amplias relaciones, de Londres a Buda, de Santiago de Compostela a Kiev.

Las tierras de la familia Piast, unidas por Mieszko entre los ríos Oder y Warta, estaban pobladas por tribus eslavas. Entre ellas sobresalieron por su dinámica los polanos, ubicados en torno de Poznań y Gniezno. Ya en la mitad del siglo X lograron someter a las tribus vecinas. Este Estado se caracterizó por sus tendencias expansivas, por el norte hasta el Báltico y por el sur hasta los Cárpatos. Por el poniente y el norte, los polanos fueron defendidos contra la penetración de los grupos alemanes por otras uniones tribales (luzichanos y vieletas). Al mismo tiempo, en las tierras donde nacía Polonia empezaba la cristianización.

El territorio de la primera concentración estatal de los polanos se encontraba en un lugar óptimo. Separado del limes romano, se hallaba fuera de la zona de influencia del Imperio de Carlomagno y del Imperio de Oriente. Los agresivos normandos encontraron en los eslavos del Báltico enemigos feroces y salvajes y prefirieron otras direcciones para expandirse. En el oriente los polanos se apropiaron de la importante ruta comercial de Bizancio. El Estado ruteno, con capital en Kiev, estaba bastante alejado, así como los señoríos de los reyes alemanes. Cierta distancia de los centros de civilización y probablemente también de las atractivas rutas comerciales fue un factor positivo en la expansión del Estado creado por Mieszko.

Mieszko y sus sucesores tenían cerca bastantes ejemplos de organización del Estado, construcción de fuertes, desarrollo de fuerzas militares y de relaciones sociales; cerca para servir de ejemplo, pero también bastante lejos para no obstaculizar un proceso de consolidación que requirió el esfuerzo de varias generaciones. A mediados del siglo X el proceso evidentemente se aceleró, pues los polanos habían asentado las bases de su poder en breve tiempo. Es difícil suponer que fuesen conscientes de que la siguiente generación tendría que enfrentarse a alemanes, checos y rutenos. Antes bien, las causas de esta aceleración hay que buscarlas en la prolongada acumulación de experiencias. Desde entonces surgieron estructuras sociales bastante sólidas para enfrentar las invasiones extranjeras, mostrando también su fuerza en el proceso de asimilación del cristianismo.

El cristianismo llegaba de diferentes direcciones y traía distintos mensajes. De Bizancio vino la tendencia a crear una liturgia eslava. La retomaron los apóstoles Cirilo y Metodio para llevarla más allá del Danubio. Detrás de los Cárpatos se configuró el cristianismo latino, en tanto que Rutenia siguió el camino de Bulgaria uniendo el mundo griego. Mieszko vio en el cristianismo la posibilidad de adherir a la civilización más avanzada y consolidar el Estado. Esto era necesario frente a los peligros del occidente y del norte. Al norte los sajones estaban luchando contra las uniones tribales de los eslavos pomeranios, sin que esto les impidiera unirse contra Mieszko. El líder de los polanos no quiso recibir el cristianismo por ese lado; por el contrario, recibió misioneros checos y antes de morir confió su país al papa, en forma simbólica.

La cristianización de las tierras polacas tardó varias generaciones en producirse, y aún estaba en su etapa primaria durante la reunión de Gniezno. Sin embargo, el país de Boleslao, apodado el Grande o el Bravo, fue admitido en la unión civilizadora y él mismo fue digno de llevar la corona real (1025). Otro efecto de esta reunión fue la creación del arzobispado de Gniezno, y aparte del obispado de Poznań se crearon otros en Cracovia, Wrocław y Kołobrzeg. El cristianismo fue entonces religión de Estado y sustituyó a las viejas creencias paganas. Se introdujeron nuevas prácticas religiosas, como el bautismo y el entierro. Conforme crecía el número de iglesias se propagaba la participación en la misa del domingo, y esto también servía para confirmar el ritmo semanal de trabajo y del domingo como día libre. El soberano nombraba a los obispos y mantenía la estructura eclesiástica. El Estado era dominio del príncipe, y los ciudadanos súbditos a los que les fue impuesta no solo la religión sino también la obligación de pagar el diezmo a la Iglesia. Con el tiempo, cuando surgió la propiedad privada de la tierra, también los poderosos empezaron a fundar iglesias y conventos. Por cierto los consideraron sus propiedades, pero al otorgarles riquezas, muy pronto crearon las bases de la independencia económica de la Iglesia. El proceso de cristianización duró más de dos siglos. A principios del siglo XIII las distancias entre las iglesias no eran mayores de 10 kilómetros y un cura atendía en promedio a 1000 habitantes.

El primer Estado polaco era de tamaño mediano. Tenía aproximadamente 250000 km2, y tal vez un millón de habitantes. Esto permitía reunir los medios necesarios para desatar múltiples guerras. Durante los siglos X y XI se combatió para ampliar el acceso a Pomerania controlando la isla Wolin, Szczecin y Gdańsk. La naciente Polonia, gracias al Báltico, empezaba a desarrollar relaciones con Dinamarca y Noruega. A Silesia la subyugó todavía Mieszko. Desde allí, Boleslao emprendió sus expediciones hacia Praga y Luzyce. Por el oriente sometió a Mazovia y los territorios hasta el río Bug. En sus cambiantes relaciones con Rutenia llegó hasta Kiev (1018) e instaló allí como príncipe a su pariente Sviatopelk. Estas guerras fueron principalmente para saquear, pero también para fortalecer al Estado polaco, que se veía bajo presión alemana. Después de la muerte de Otón III el rey Enrique II intentó varias veces hacer expediciones contra Polonia. El acuerdo de paz de Budziszyn en 1018 dejó a Boleslao el dominio de Luzyce y Moravia.

La gran monarquía de Boleslao se sostuvo algunos años después de su muerte en 1025. Disturbios internos debilitaron al país, gobernado ahora por su hijo Mieszko II. Después de su muerte, en 1032, quedó prácticamente segmentado. Las invasiones rutenas, alemanas y checas arruinaron al país y separaron de Polonia las tierras anexadas por Boleslao. En el interior se impuso la anarquía, y se regresó parcialmente al paganismo. Después de 1039 el príncipe Casimiro logró integrar el Estado, pero tuvo que admitir la supremacía alemana.

El esfuerzo de muchos años de política expansionista causó la quiebra del Estado. Solo unos cuantos disfrutaban el botín de las sucesivas guerras; la mayoría tuvo que soportar el peso de crecientes gravámenes. El regreso a las creencias paganas significaba un anhelo de tiempos de más libertad y menos contribuciones. Al final, también los vecinos se inquietaron por el crecimiento de la fuerza de Polonia. No les fue posible subordinarla y fraccionarla permanentemente, pero las devastaciones ocasionadas por las invasiones anularon temporalmente la posibilidad de intensificar la actividad de los gobernantes.

La crisis desatada por Casimiro, apodado el Renovador (1039-1058), causó un cambio importante en la organización del Estado. Esta estructura se basaba en el numeroso y bien remunerado ejército, al que pagaban los súbditos. Con el país empobrecido se tuvieron que buscar otras soluciones. A los guerreros se les asignaron tierras y gente, y así se les obligaba al servicio militar. Empezó el proceso de entrenamiento y formación de caballeros. También la restauración de la estructura eclesiástica influyó en la reducción de la dependencia del poder. Cien años después de haber entrado en la escena europea, Polonia volvió a empezar, aunque en circunstancias radicalmente distintas.

En la segunda mitad del siglo XI Polonia se puso del lado del papado y contra el emperador. Boleslao, llamado el Atrevido, logró obtener en 1076 la corona de Polonia y restablecer la estructura independiente de la Iglesia. Polonia, unida, intentaba aflojar sus lazos con el Imperio, pero era demasiado débil para resistir las tendencias anticentralistas. Los monarcas consideraban el país como su propiedad y lo dividían entre sus hijos. Esta política, que fue apoyada por nacientes caballeros-nobles, también resultó conveniente para el Imperio.

El rey Boleslao tuvo que abandonar el trono después del conflicto con el obispo Estanislao, a quien probablemente condenó a muerte por oponerse a su tiranía. Estanislao pronto fue canonizado para ser, junto con Adalberto, uno de los dos principales santos patronos polacos. Ambos fueron durante el siglo XIII un símbolo de la lucha por la unión de las tierras polacas en un solo Estado.

La división de Polonia después de 1138 fue duradera porque faltó el convencimiento de la necesidad de unión. Boleslao, apodado Boquituerto, realizó la división por regiones intentando otorgar la posición dominante a los consecutivos príncipes mayores según la delimitación del sector señorial. Pero fue relativo el principio de respeto al poder del príncipe mayor. En la práctica, los príncipes se identificaban con la región que les fue heredada, y querían independizarse. La consecuencia de esto fue su vasallaje al emperador alemán o a los reyes checos.

Más de 100 años de partición sectorial no lograron borrar de Polonia su concepto político. De ello dan testimonio las primeras crónicas, escritas con la intención evidente de subrayar la unión del Estado. Sin embargo, ocurrieron cambios difícilmente remediables. Las tierras de Silesia y de la Pomerania occidental, gobernadas por los príncipes locales, quedaron bajo la supremacía checa y alemana respectivamente. La cristianización definitiva de Pomerania sucedió solo con la desaparición de los principados eslavos independientes situados entre el Oder y el Elba. También es esta época se intensificó la migración de los territorios de Europa central hacia el este menos poblado. Esto se relacionó con el surgimiento de nuevos caseríos de carácter urbano y con la transformación de ciudades y pueblos siguiendo modelos alemanes importados. En la segunda mitad del siglo XII las tierras polacas, aunque recortadas, participaron intensamente en el desarrollo de las estructuras económicas y sociales.

Fuente: “Historia de Polonia”, de Jan Kieniewicz

Biblioteka Polska Im. Ignacego Domeyki

Transcripción: Honorio Szelagowski

Director de Prensa CiPol