18/11/2022

Antes del surgimiento del estado polaco

Artículos

Las huellas más antiguas del hombre en tierras polacas se han encontrado al sur del país. En Piekary, Ojców y Pogórze Kaczawskie hay rastros de presencia del pitecantropo que datan del gran período interglacial de comienzos de la era cuaternaria. El hombre de entonces se mantenía de la caza de animales herbívoros, siendo el reno uno de los más abundantes. El clima era frío y húmedo, la vegetación era similar a la que vemos hoy en la taiga septentrional. Al desaparecer el glaciar de la Polonia Central, hace aproximadamente 50.000 años, hace su aparición el hombre de Neandertal. Sus huellas han sido descubiertas en varias cavernas del sur de Polonia, en la cuales vivían grupos de medio centenar de individuos que se dedicaban a la caza y la recolección de frutos silvestres. A medida que retrocedía el glaciar los cazadores de la época paleolítica, cuyo aspecto era ya similar al del hombre actual, fueron extendiendo sus terrenos hacia el centro de Polonia, donde dejaron vestigios de campamentos que datan de aproximadamente 14.000 años antes de nuestra era. Por aquella época el clima era templado, los bosques abundaban en ciervos, bisontes y osos.

En el curso de los milenios que siguieron el clima se volvió más cálido, disminuyó la humedad y la vegetación se hizo más variada. Las condiciones eran propicias pra el desarrollo de una agricultura rudimentaria que hacia el año 4.200 a.n.e. ya se hallaba muy difundida.

Los habitantes de aquella época se encontraban ya en el período neolítico, fabricaban herramientas de sílex y habían dominado la alfarería. La población se fue extendiendo hacia las tierras más fértiles del norte de Polonia (Kuiavia y Pomerania Occidental), aunque seguía siendo más numerosa en las regiones meridionales del país. El hombre vivía entonces en aldeas que formaban comarcas más pobladas separadas por grandes extensiones de selvas vírgenes. En las inmediaciones de Sandomierz y en la Baja Silesia se han descubierto minas de sílex de la época y talleres en los que se fabricaban herramientas de esta piedra. Los productos de sílex aquí fabricados llegaban hasta las llanuras centroeuropeas y las estepas de Ucrania.

Hacia el s. XV a.n.e. aparecen en Polonia las primeras manifestaciones de la edad del bronce. De este período se han hallado en las tumbas tesoros de objetos de bronce: brazaletes, pendientes, diademas y otras joyas, que permiten suponer que se trataba de personas ricas. Como los yacimientos locales de cobre no eran todavía explotados, debemos admitir que los productos de bronce eran traídos de lejos, principalmente de los actuales territorios de Eslovaquia y Hungría. Más tarde aparecen herramientas y armas de bronce, sobre todo hachas y espadas ricamente ornamentadas. En los pueblos de agricultores y pastores comienza a distinguirse ya una casta de guerreros ricos.

Alrededor del s. XIII a.n.e. se deja observar en las tierras polacas una gran transformación debida a la cultura lusaciana, que abarcaba en un principio a los pobladores de Sajonia, Lusacia y Polonia Mayor, extendiéndose luego paulatinamente hacia el este. El clima favorecía la agricultura, el asentamiento de la población y el consecuente aumento de la misma. Entre los siglos VIII y III a.n.e. los pequeños villorrios de chozas son sustituidos por pueblos fortificados. Las casas eran de troncos, las fortificaciones consistían en un terraplén de tierra y piedras sostenido por una doble empalizada de troncos y rodeado de un foso. La aparición de estos pueblos fortificados guarda relación sin duda con las incursiones de las tribus escitas y sármatas provenientes de las estepas del sureste de Europa. La arqueología ha encontrado huellas de estas luchas con los escitas, por ejemplo, gran cantidad de puntas de flecha escitas en los restos de las casas empalizadas de los pueblos descubiertos.

El período de la cultura lusaciana se distingue por un marcado desarrollo de las técnicas artesanales, sobre todo del trabajo de la madera, y por la difusión del carro de ruedas. El pueblo fortificado descubierto en 1933 a orillas del lago Biskupin, en la región de Poznań (Polonia Mayor), está dispuesto sorbe un plano regular con calles paralelas, a lo largo de las cuales se levantaban 105 casas habitadas cada una por una familia.

La prolongada duración de la cultura lusaciana contribuyó a uniformar el avance artesanal de la población de las tierras polacas. La arqueología ha encontrado pruebas de continuidad cultural entre los pueblos que integraban la cultura lusaciana y los habitantes de épocas posteriores, hasta la temprana Edad Media, lo cual permite formular la suposición de que la cultura lusaciana cumplió un importante papel en la formación de la cultura eslava.

Entre los siglos IV y III a.n.e. en el suroeste de Polonia (Silesia y parte de la Polonia Mayor) aparecieron los celtas y las influencias de la cultura céltica se extendieron a una parte considerable de las tierras polacas. Los celtas contribuyeron a difundir los adelantos técnicos del mundo mediterráneo y es a ellos a quienes se atribuye el haber traído consigo el arte de fundir el hierro. En los primeros siglos de nuestra era la metalurgia se encontraba ya bastante desarrollada en las regiones de Kielce, Silesia y Cracovia. En Cracovia existía también un importante centro de producción alfarera destinada al intercambio.

En los comienzos de nuestra era se dejaron sentir ciertas influencias del Imperio Romano, cuyas provincias septentrionales llegaban a las estribaciones de los Cárpatos. Por los caminos que conducían por los pasos carpáticos y por la Puerta de Moravia llegaban los productos romanos (particularmente joyas y adornos), y objetos de uso diario. Los caminos que conducían por las tierras polacas eran frecuentados por los mercaderes romanos que acudían a la costa del Báltico en busca de ámbar. Una de estas rutas pasaba por Kalisz (Calisia), ciudad citada por el geógrafo Ptolomeo de Alejandría en el siglo II de n.e. De esta época proceden también los restos de talleres de elaboración del ámbar encontrados en Polonia, así como considerables depósitos de este material. El mayor de estos depósitos fue hallado en Wrocław y contenía varias toneladas de bloques y restos de ámbar.

Una prueba de la intensidad de los contactos comerciales son también los numerosos tesoros de monedas del Imperio Romano, procedentes en su mayoría de los siglos I-IV de n.e. La distribución de estos tesoros permite delimitar el asentamiento de la población de aquel período.

Entre los siglos II y III pasaron por las tierras polacas nutridos grupos de godos que marchaban de Pomerania al Mar Negro y vivieron durante un cierto tiempo entre la población local. Del período de las grandes corrientes migratorias han quedado rastros de una pasajera permanencia de los hunos en el sur de Polonia. En la aldea de Jakuszowice, en la región de Cracovia, se descubrió la tumba de un príncipe huno.

Las mayores migraciones de la población se registraron en los siglos V y VI. En esa época los eslavos que poblaban las tierras polacas comenzaron a desplazarse hacia el sur en busca de mejores tierras. Se establecieron en Bohemia y Moravia y luego se diseminaron por Panonia (Hungría), Carintia, Eslovenia, Croacia y Dalmacia. Otros grupos de eslavos se desplazaron hacia el oeste y se establecieron en la región del Elba, llegando incluso a Turingia y Baviera. En Austria y Baviera los eslavos ocuparon algunos valles alpinos escasamente poblados por los pueblos germanos. Al mismo tiempo, una rema oriental de los eslavos que habitaban en las estepas del Dniéster y el Dniéper, emigraron hacia los Balcanes.

*

El elemento predominante del paisaje medieval era el bosque. Una selva impenetrable cubría casi todo el sur de Polonia y considerables extensiones del resto del país sobre todo al oeste. Las selvas del noreste separaban las tierras eslavas del país habitado por los borusios, moradores de la antigua Prusia. Las aldeas se encontraban sobre todo en las regiones de tierras más fértiles y los asientos humanos se iban adentrando paulatinamente en las regiones boscosas siguiendo las orillas de los ríos. De esta manera se poblaron al principio las regiones de la Polonia Menor y de Silesia. Los bosques eran mixtos con preponderancia de árboles de follaje, de los cuales particular importancia económica tenían el roble y la haya, que proporcionaban un excelente material de construcción y cuyas bellotas se empleaban como forraje para los animales y, en los años de escasez, como alimento humano.

El ganado doméstico de la Edad Media vivía en estado semisalvaje y se alimentaba en el bosque. Los cerdos no se diferenciaban mayormente de los jabalíes, las vacas eran pequeñas y los caballos, animales particularmente valiosos, eran también de poca alzada.

Para el trabajo de la tierra se empleaba un rudimentario arado de madera con punta de hierro. Para obtener nuevas extensiones de tierra labrantía se incendiaban los bosques, cultivándose la tierra durante algunos años hasta que quedaba estéril, entonces se la abandonaba y se quemaba la siguiente porción de bosque. Dada la escasa población, había tierras en abundancia. Las granjas o explotaciones agrícolas de la época recibían el nombre de “los” (suerte), seguramente de la costumbre de sortear las tierras labrantías entre los miembros de un clan. Las granjas eran de distinta extensión, según la cantidad de animales de tiro y de mano de obra que poseía el propietario. Tenían tierras tanto los simples campesinos como los guerreros. En el seno de las sociedades tribales se fue formando un grupo aristocrático aún antes de surgir el estado polaco en el s. X. De la riqueza decidía particularmente el patrimonio móvil, verbigracia, los esclavos, el ganado, los caballos, armas de mejor calidad, herramientas y joya.

A partir de la época de las grandes migraciones eslavas hacia el sur y el oeste comienzan a surgir las primeras ciudades fortificadas, en los siglos VI y VII. Estas ciudades eran la señal de que aparecía una nueva organización política, por el momento de carácter tribal. Los pueblos fortificados eran de distinto tamaño, por lo general de menos de 20 hectáreas, aunque en casos excepcionales se extendían sobre varias decenas de hectáreas. En estos pueblos se refugiaban las comunidades tribales de la comarca en períodos de peligro. Sus habitantes se dedicaban casi todos a la agricultura y, en escaso grado, también a la artesanía, sobre todo a la herrería, la alfarería, etc. Los miembros de una tribu eran hombres libres, pero existían también esclavos que trabajaban como siervos de las familias patriarcales. Antes del advenimiento del cristianismo era frecuente entre los eslavos la poligamia, aunque estaba limitada a los grupos más encumbrados. Habitualmente no tenían más de dos esposas, aunque en ciertos casos podían ser más.

La riqueza y la influencia dependían también del número de familiares. Las familias que poseían más esclavos y más parientes eran más ricas y de mayor influencia en el grupo. La mayor parte del trabajo en la economía doméstica recaía sobre las mujeres, que preparaban los alimentos, cuidaban del ganado casero, molían el grano en morteros de piedra, cosían la indumentaria y se ocupaban de la educación de los hijos. A los hombres les correspondía el trabajo en el campo, la recolección de miel y frutos del bosque, la pesca y la caza. Los hombres se ocupaban de la educación de los varones cuando éstos llegaban ya a una cierta edad, los preparaban para hacerse cargo de la granja y los adiestraban en el manejo de las armas para la caza y la guerra.

Las costumbres de los antiguos eslavos estaban relacionadas con sus creencias religiosas. Sus principales fiestas anuales estaban determinadas por las estaciones del año y el trabajo del campo. Particular importancia tenía la fiesta del solsticio de verano. También se festejaban las cosechas y el día de los muertos, que recaía, según las regiones, en la primavera o el otoño. Cada tribu tenía sus propias deidades particulares a las que rendía homenaje y ofrecía sacrificios.

Los sitios de culto se encontraban en principio lejos de las aldeas, preferentemente en añosas robledas. En la antigüedad eslava adquirieron gran significación las montañas sagradas de Ślęża, en Silesia, y de Łysiec, en la Polonia Menor. Cabe destacar que ambos montes se erguían sobre terrenos muy fértiles y densamente poblados. En el panteón de los dioses eslavos figuraba en primer lugar Perun, dios del fuego y de los rayos. Los bosques y los ríos estaban poblados por dioses y espíritus de categoría inferior. En las chozas moraban los espíritus caseros, que recibían ofrendas. Al levantar una nueva choza, se impetraba la buena voluntad de los espíritus caseros ofreciéndoles alimentos, coronas de flores o cabezas de animales salvajes.

Los cuerpos de los muertos eran quemados y las cenizas se enterraban bajo un túmulo. El símbolo de la vida familiar era el fuego, la recién desposada que entraba en casa de su esposo hacía primero una ronda simbólica en torno al fuego en señal de que se hacía cargo del hogar. También los recién nacidos eran llevados en torno al fuego de la casa. Los varones cuando llegaban a la adolescencia pasaban a la tutela de los hombres. Este cambio tenía lugar en una ceremonia en la cual al joden varón se le cortaba el pelo y se le daba un nombre. Los nombres de los eslavos eran al principio individuales y sólo con el advenimiento del cristianismo se extendió la costumbre de heredarlos. Las niñas llevaban el pelo trenzado y las casadas llevaban en la cabeza un pañuelo blanco, costumbre de la cual derivó el apodo de “cabezas blancas” que se les daba a las mujeres en Polonia hasta el siglo pasado.

Fuente: “Panorama histórico de Polonia”,

Biblioteka Im. Ignacego Domeyki

Transcripción: Honorio Szelagowski

Director de Prensa CiPol