Los polacos en la República Argentina
Artículos
‘Al hablar de las colectividades en la República Argentina, a la fuerza tenemos que retroceder al tiempo, cuando empezaron a producirse los fenómenos que a la formación de las colectividades contribuyeron los que han sido el principio de éstas.
El desarrollo de las colectividades extranjeras, tanto aquí como en otros países, depende en forma directa de la cantidad y calidad de la inmigración de tal o cual nacionalidad. Cuanto más numerosa es la inmigración, mejor preparada y calificada, mayor es la cantidad de sus fuerzas vivas; la cantidad también de sociedades y organizaciones que posee y éstas son mejor organizadas y materialmente más fuertes.
El fin que éstas persiguen es casi el mismo ente todas las colectividades; y es la unión espiritual con la patria de origen, crear y mantener la unidad social entre sus connacionales, como también, extender el amparo moral y material a los emigrantes, en forma de patronatos, oficinas gratuitas de informaciones y colocaciones, como también hospitales y asilos.
Al hablar entonces de los poloneses en la República Argentina, volvemos nuestra mirada retrospectiva a los tiempos, en que perdida la independencia política -por la acción común de tres esbirros coronados, que lo eran el rey de Prusia, el Zar de Rusia y el emperador de Austria-, los hijos de Polonia en sucesivos levantamientos e insurrecciones daban al mundo civilizado la constancia de que “Polonia no ha muerto aún”, subrayando con sus actos la profética estrofa del sabio Lamennais: “Descansa en paz querida Polonia, que lo que algunos llamas tu sepulcro, yo sé que es tu cuna.”
Miles de los mejores hijos de Polonia, ante la fuerza numérica mu superior, ante la escasez de elemento bélico y la falta de ayuda del exterior -para salvarse de la muerta lenta y segura que le ofrecían los opresores entre los hielos de la lejana Siberia- trasponían las fronteras de la tan amada tierra, para ir a vivir en países, que como Francia, Suiza, Italia y especialmente los Estados Unidos de Norteamérica, la República Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y otras ofrecían a los aliados.
Esta primera emigración polonesa es la de poetas, soñadores de la independencia, hombres de temple sin igual, los que a falta de oportunidad de poder luchas ventajosamente por la independencia de su patria repartida y esclavizada, derramaban su generosa sangre por la siempre nueva, siempre justa y noble causa -por la libertad del hombre.
Así lo vemos en los campos de batalla de Francia, los vemos en las legiones del héroe de la camisa roja Garibaldi, los vemos en los campos de batalla por la independencia de los Estados Unidos del Norte.
Al lado de Washington y de Lafayette, luchas los héroes nacionales polacos, Tadeo Kosciuszko, Casimiro Pulaski y otros.
La promesa de la independencia ata al carro triunfador de Napoleón a muchos millares de los mejores hijos de Polonia, sedientos de la libertad.
En Italia, en las campiñas de Milano los expatriados forman las gloriosas legiones, las que al mando del general Juan Enrique Dąbrowski, y al grito de “Polonia no ha muerto aún” traspasan los Alpes y se unen a las fuerzas del “pequeño caporal”.
El fracaso de la expedición a Rusia -durante la cual pierde la vida, protegiendo la retirada del ejército de Napoleón, el príncipe José Poniatowski, mariscal de campo, obliga a muchos patriotas a expatriarse por vez segunda. Las fracasadas insurrecciones de 1831, 1848 y 1863, aumentan esta emigración.
Y basta recordar que cuando Garibaldi recorría la tierra buscando pueblos oprimidos para defenderlos y libertarlos -cual un moderno Don Quijote con su adarga en ristre y lanza en astillero- fueron muchos los polacos que marcharon con él al Uruguay. De ellos habla en sus memorias el héroe de la unidad italiana, con palabras llenas de melancolía, dándoles gracias por su apoyo y sintiendo a su vez no haber “podido sacrificar su sangre por la noble nación polaca”. Muchos de aquéllos pasaron a radicarse en la República Argentina, formando hogares y sentando definitivamente sus reales en esta beneplácita tierra, donde, en forma directa o indirecta, se hicieron ciudadanos argentinos y, dadas sus leyes liberales y su amplia Constitución, han podido dedicar su saber al servicio de la Nación.
Es claro que antes de la guerra mundial, que modificó el estado de cosas europeo, Polonia no figuraba como entidad política, por más que nadie jamás pudo borrarla del mapa en su carácter de entidad nacional dada su milenaria cultura, ya que sería suficiente recordar, que Polonia ha sido el primer país en la Europa Central que tuvo su universidad, fundada de acuerdo a la bula papal por el rey Casimiro el Grande en la docta Cracovia.
Y estos antecedentes, como también los antes nombrados, hacían que los exiliados polacos encontrasen aquí una acogida cálida, siendo ellos los primeros lazos entre la República Argentina y Polonia, países que tanto de común tienen como entidades pacíficas por excelencia.
Y si bien políticamente ellos eran considerados como súbditos de los países que dividieron su suelo natal, gracias al temple, a su alto patriotismo, a su cultura propia, la sociedad argentina les reconocía su procedencia y su individualidad.
Bastaría para el caso citar la frase del fallecido rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor Vicente C. Gallo, referente a uno de esos exiliados, que lo era el ingeniero Carlos Lowenhard, profesor de geografía, agrimensura y topografía en el Colegio Nacional de Tucumán en los años 1876-1881.
Hablando de su maestro dice así el gran hombre público desaparecido: “En el hogar de mis padres tuvo una acogida amistosa, y en mis ya lejanos recuerdos de niñez conservo el del apasionado patriotismo con que rendía fervoroso culto a Polonia, y al ideal de su resurgimiento, y de su independencia. Desde aquellas horas y por la influencia de la palabra de aquel proscripto político, Polonia tuvo para mí el prestigio glorioso de los grandes mártires, y su nombre se vinculó a una de las mayores injusticias históricas.”
Otro ejemplo palpable nos lo da el escritor José de Soiza Reilly al hablar de su profesor de geografía don Erazmo Bogorja Skotnicki.
“Nunca olvidaré a un viejo y nobilísimo maestro polaco que tuve en Montevideo y cuyos hijos viven todavía, prolongando la honesta tradición paterna; el doctor Erazmo Bogorja Skotnicki. ¡Encantador amigo, que lloraba cuando al dar lección de geografía no hallaba a su país en las hojas del Atlas!
“-Señor D. Erazmo -le interrogaba yo-, ¿dónde está su patria?
“-¡Ah! muchacho -me respondía doblando su largo cuerpo de gigante triste- a mi patria la verás en la historia del pasado y en la historia del porvenir.”
Hace unos años y con motivo de una conferencia a cargo del señor ingeniero Stefano Osiecki -uno de los miembros de las expediciones científicas polacas a los Andes, he tenido el placer y una satisfacción íntima muy grande al oír de labios de la señora Elena G. A. de Correa Morales -prestigiosa presidenta de la Sociedad Geográfica Argentina- las frases de reconocimiento a su antiguo maestro preceptor.
“Al hablar de un polonés -me decía la distinguida dama argentina- lo veo alto, rubio, buen mozo, noble de carácter y de una paciencia infinita, así como lo era mi querido maestro.”
Los antecedentes antes mencionados referentes a la falta de existencia de Polonia como entidad política, dificultan la labor del historiador deseoso de poner en claro el principio del movimiento inmigratorio polaco en la República Argentina, así como también citar a la persona a la cual correspondería el honor de ser el primer polaco llegado a estas playas.
De acuerdo a las crónicas e investigaciones realizadas puedo decir, que ya en los albores de la independencia figuran nombres de ciudadanos polacos, que han acudido a estas tierras al son del clarín libertador y que tuvieron destacada actuación en la lucha contra la invasión extranjera.’
Fuente: “Los polacos en la República Argentina y América del Sur desde el año 1812”,
de Estanislao P. Pyzik
Transcripción: Honorio Szelagowski
Director de Prensa CiPol