La sociedad polaca después de la Insurrección de Enero
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El fracaso de la Insurrección de Enero marcó una etapa muy importante en la historia del pueblo polaco. Así terminó, según iba a demostrarlo el futuro, el período de luchas por la independencia, en el que el papel predominante lo tuvieron los revolucionarios provenientes de la nobleza, que era la principal fuerza política de la sociedad. En adelante, un lugar cada vez más significativo en la arena política le correspondería a la burguesía, a las masas campesinas y, ante todo, al naciente proletariado.
El ulterior desarrollo de la sociedad fue determinado principalmente por los decretos del Movimiento Nacional de la época de la insurrección, en cuya virtud los campesinos pasaban a ser propietarios de la tierra que cultivaban. Era un acto trascendental. Pese a la derrota de la Insurrección de Enero y aunque el ocupante acabara con las bien organizadas actividades del estado polaco creado en la clandestinidad, sus decisiones referentes al problema agrario influyeron definitivamente en la manera de solucionar el más importante, fuera de la recuperación de la identidad estatal, problema social y político de Polonia. El zar consideró oportuno para sus propios intereses reconocer mediante un decreto especial las decisiones de los insurrectos. En consecuencia, los campesinos del Reino de Polonia recibieron la tierra en términos mucho más favorables que los de los demás territorios del imperio ruso.
La concesión de tierras a los campesinos dio un impulso a importantes transformaciones en las relaciones socio-económicas de la anexión rusa. Se inició un proceso de modernización tanto en las granjas campesinas como en los grandes latifundios. El agro consumía cada vez más artículos industriales y a la vez iba promoviendo la venta de sus propios productos. Una parte de los habitantes de las aldeas se trasladaron a las ciudades. Algunos de ellos lograban encontrar un empleo en la incipiente industria. Aumentaba la producción. El Reino, sobre todo en su parte occidental, se convertía en la región más desarrollada y moderna de todo el Imperio Ruso.
Sin embargo, todos estos cambios tan significativos se producían en medio de las fuertes represiones desatadas en la anexión rusa tras la derrota de la insurrección. El estado de sitio declarado durante la sublevación, fue mantenido con carácter permanente. La pena capital era un veredicto muy frecuente. Decenas de miles de personas fueron enviadas a trabajos forzados. Millares de familias polacas fueron deportadas a las gobernaciones orientales. Las autoridades zaristas confiscaron más de tres mil haciendas cuyos dueños o familiares estaban vinculados a los insurrectos. Las persecuciones alcanzaron también a la Iglesia católica, muchos sacerdotes fueron desterrados y muchos conventos cerrados. Los uniatas de rito greco-católico residentes en los límites orientales del Reino, fueron obligados por la fuerza a aceptar el credo ortodoxo. Sus intentos de resistir tuvieron un gran eco en Europa. Al propio tiempo, las autoridades zaristas procedieron a liquidar consecuentemente todas las diferencias orgánicas y jurídicas del Reino. No tardaron mucho en eliminar los restos de los órganos centrales y en cambiar la estructura organizativa de la administración local, que desde entonces iba a depender del poder de San Petersburgo. Junto a la consecuente liquidación de las peculiaridades nacionales del Reino, establecidas y garantizadas por el Congreso de Viena, empezó una campaña de rusificación. Los empleados, jueces y maestros polacos fueron sustituidos en sus cargos por funcionarios rusos. El idioma polaco era eliminado de todas las esferas de la vida. Este proceso se hizo sentir sobre todo en la enseñanza. Además, las autoridades zaristas prohibieron cualquier tipo de actividades sociales autónomas, cerrando instituciones sociales, culturales y educativas. La palabra impresa fue sometida a una muy rigurosa censura. Todo ello llevó a la desaparición de la vida política en las tierras polacas ocupadas por Rusia.
Otra razón que hizo decaer los ánimos de la sociedad polaca era la falta de interés por la causa de Polonia en los estados europeos occidentales. Tras su derrota en la guerra contra Prusia, Francia, en la cual los polacos siempre habían buscado respaldo, tuvo que ocuparse más que nada de los asuntos de seguridad frente a su vecino de la otra orilla del Rin. Los nuevos intereses nacionales de Francia dieron origen a una alianza, aparentemente poco natural, entre la III República, democrática y burguesa, y el despotismo ruso. Esta alianza consolidaba la dominación rusa en Polonia y constituía también un testimonio de la aceptación del “status quo” en los otros dos estados ocupantes.
Otro ocupante de Polonia, el Reino de Prusia, que a mediados del siglo fue transformado en un estado constitucional, a medida que lograba éxitos internacionales (bajo la hegemonía de Prusia se produjo en 1871 la unificación de Alemania) fue intensificando también su política antipolaca. Esta política se realizaba con medios y procedimientos algo distintos de los utilizados por el zarismo, pero su objetivo era el de germanizar a los polacos en tanto que súbditos prusianos. Las persecuciones fueron todavía más crueles durante el gobierno de Bismarck, en el período de la “lucha cultural” y se vieron acompañadas de frecuentes ataques contra la Iglesia católica, que agrupaba a la inmensa mayoría de los polacos. La campaña de germanización era llevada por la fuerza en las escuelas, la administración y el ejército. Las localidades polacas recibían nombres alemanes. Hubo incluso intentos de germanizar nombres y apellidos. Los polacos eran desterrados bajo cualquier pretexto. Ya en el siglo XX, se promulgaron las leyes de expropiación compulsiva de haciendas polacas.
Si bien la política de Rusia y de Prusia diferían en los métodos aplicados, sus metas eran las mismas: desnacionalizar a los polacos. En Austria, mientras tanto, a partir de los años 60 del siglo XIX, la situación cambió totalmente. El imperio de los Habsburgo, debilitado por los fracasos, fue transformado en una monarquía constitucional y las naciones que vivían dentro de sus límites recibieron cierta autonomía. Galitzia obtuvo una Dieta propia con sede en Lwów. Diversas entidades institucionales fueron subordinadas a este parlamento. La administración, los tribunales y la enseñanza eran completamente polacos. En el territorio de Galitzia funcionaban las dos únicas escuelas superiores polacas, las universidades de Lwów y de Cracovia, amén de muchas escuelas polacas de nivel secundario y primario. Tampoco el desenvolvimiento de la cultura polaca encontraba allí mayores obstáculos. Las ciudades de Cracovia y de Lwów eran importantes focos de cultura que irradiaban hacia las demás regiones de Polonia. Una decisiva influencia en la vida del país galitziano le correspondía en el marco de la autonomía a la nobleza local, que demostraba una marcada tendencia a la conciliación constructiva con la potencia dominadora. El egoísmo de su política social provocaba una continua oposición de las fuerzas progresistas.
Fuente: “Panorama histórico de Polonia”,
Biblioteca Polaca Ignacio Domeyko
Transcripción: Honorio Szelagowski,
Director de Prensa CiPol