Discurso homenaje a la constitución polaca del 3 de mayo de 1791
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Hoy estamos reunidos aquí para celebrar, una vez más, como es costumbre tradicional de nuestro querido “Dom Polski”, el homenaje a la constitución polaca del 3 de mayo de 1791.
El sr. Jan Stachnik, presidente de la UPRA, debido a la necesidad de ausentarse por razones laborales, me ha conferido el honor de decir algunas palabras alusivas a tan magno acontecimiento.
Primeramente, debemos ubicarnos en el contexto histórico y recordar que la República de Las Dos Naciones (Polonia y el Ducado de Lituania), también denominada “Primera República”, creada en 1569, era el escenario político y social de la futura constitución de 1791. No obstante el florecimiento cultural de esos largos años precedentes, el país se encontraba políticamente debilitado e incapaz de defenderse frente a las aspiraciones imperiales de las potencias vecinas. Primero en 1772 la Rusia de Pedro “El Grande” y Catalina “La Grande” al este, la Prusia imperial al oeste y Austria al sur, se llevaron a cabo la primera partición de Polonia. En esa circunstancia, la República perdió el 30% de su territorio y el 35% de su población, aunque seguía siendo un gran país europeo de 520mil km2.
Para dimensionar correctamente esta circunstancia, pensemos que la provincia de Buenos Aires tiene una superficie de 307mil km2, y que la actual superficie de la República de Polonia es de 312mil km2.
Frente a esta aciaga realidad de reparto territorial, en la década del ’90 de dicho siglo XVIII, se introdujeron una serie de reformas que tenían como cometido evitar la desaparición de Polonia como Estado independiente y, en consecuencia, se estimuló el desarrollo de la vida económica, social y cultural.
En este orden de ideas, el rey Estanislao II (Estanislao Augusto Poniatowski), inspirado en el ejemplo de la constitución americana e influenciado por los acontecimientos de la Revolución Francesa, propició los cambios futuros.
Así, el 3 de mayo de 1791, la Cámara Legislativa (SEJM) de la República de las Dos Naciones, aprobó una ley fundamental conocida como “La Constitución del 3 de Mayo”. Fue la primera constitución europea de su tipo y la segunda más antigua del mundo. La constitución surgida de la Revolución Francesa fue sancionada en septiembre de 1791, es decir, cuatro meses más tarde. La de Estados Unidos en 1787.
Mutó así el poder casi feudal por una monarquía constitucional, eliminando los abusos de poder y los privilegios de la nobleza. Se constituía una nueva Polonia por la transformación social, pues el campesinado fue reconocido como parte integral de la nación y quedaba bajo la protección del Estado.
Los poderes fueron divididos en tres: El Ejecutivo, con el Rey como jefe de gobierno y con sucesión hereditaria. El Legislativo, compuesto por dos cámaras, diputados y senadores. Y el Judicial, constituido como un poder independiente. Las ciudades se podían auto gestionar y adquirieron cierta autonomía. El catolicismo fue declarado religión de estado y se aseguró la libertad religiosa. Se eliminó el “liberum veto”, privilegio de la nobleza que consistía en una modalidad de votación donde cualquier miembro del SEJM podía oponerse a una decisión de la asamblea y vetar su aplicación o suspender las deliberaciones con la sola expresión “Nie pozwalam” (No permito”. Esto exigía en la práctica que las decisiones del SEJM fueran unánimes. La finalidad buscada por el “liberum veto”, era impedir un ejercicio abusivo del poder por parte del rey, evitando así el peligro de una monarquía absoluta, pero en la práctica impedía la toma de decisiones y paralizaba “de facto” la marcha del estado.
Esta constitución tan avanzada en su tiempo, atemorizó a los vecinos prusianos y rusos, quienes con el apoyo de los nobles polacos que veían perder sus privilegios, declararon la guerra a Polonia que, derrotada, tuvo que ceder una vez más parte de su territorio a las dos potencias vencedoras. Así, en 1793, se produce la segunda partición y solo dos años más tarde, en 1795, con la ayuda de Austria, las tres potencias se anexaron finalmente todo el territorio polaco debido, como dijeron, a la necesidad de suprimir todo aquello que pudiera significar un recuerdo del reino de Polonia.
En 1807 se constituyó brevemente el Gran Ducado de Varsovia, que se extinguió en 1815 tras el Congreso de Viena y la caída de Napoleón en Waterloo y como consecuencia de la nueva configuración del mapa de Europa.
Durante el siglo XIX se originaron los heroicos levantamientos polacos que no lograron sacudir el yugo de las potencias opresoras. Con posterioridad al levantamiento polaco de 1830, se dio la “Gran emigración polaca”, en la que la inteligencia polonesa buscó refugio en el exterior para seguir luchando por la libertad de Polonia. Destacadas figuras se exiliaron, como el príncipe Adam Jarzy Czatoryski, quien fuera el líder del gobierno polaco en París; Fryderyk Chopin, Adam Mickiewicz, Julius Slowacki, Cyprian Kamil Norwid, Zygmund Krasinski, Aleksander Mirecki, Ignacy Szymanski, Joseph Conrad Korzeniowski, Giullaume Apollinaire Kostrowicki, entre otros.
Polonia, como Estado organizado, dejó de existir para resurgir nuevamente de sus cenizas en 1918, al finalizar la Primera Guerra Mundial y como consecuencia de la reorganización del mapa político europeo y del accionar de los grandes y patrióticos políticos polacos que dieron lugar al nacimiento de la Segunda República. No podemos dejar de recordar al pianista, compositor, diplomático, político y patriota polaco Ignacy Jan Paderewski.
Una nueva y durísima prueba tuvo que sufrir Polonia en 1920 con la invasión del ejército rojo, a poco de recuperar su independencia. En efecto, con posterioridad a la revolución bolchevique de octubre de 1917, los tres grandes líderes de aquella gesta dirigieron al ejército rojo contra Europa para extender la revolución. Así, Lenin, Trotsky y Stalin, se vieron derrotados en la batalla del Vístula, llamado el Milagro del Vístula por la disparidad de fuerzas y la carencia material. El triunfo en gran medida también se debió a la conducción estratégica del gran patriota y héroe militar polaco: el Mariscal Josef Pilsudski.
Nuevamente Polonia detiene el avance de las hordas que amenazan Europa, repitiéndose así la historia de la amenaza turca que fuera contenida en la batalla de Viena en 1683, con la participación del ejército polaco al mando del rey Jan III Sobieski.
En 1939 Polonia es invadida por el nazismo y luego dominada por la Rusia de los soviets de 1945 a 1989.
Debemos destacar la lucha heroica de Lech Walesa al frente del sindicato Solidarnosc, que, sin disparar un solo tiro, y con el apoyo de 10 millones de afiliados, logró derrotar a “la dictadura del proletariado. Tampoco debemos olvidar al más grande polaco de todos los tiempos: nuestro amado San Juan Pablo II, que con su prédica y oración colaboró con el nuevo milagro.
Pero en todos estos trágicos años, si Polonia como Estado soberano no existió, siguió siempre viva como Nación gracias a su lengua, su religión, su cultura y la lucha de sus héroes, que fueron y seguirán siendo las columnas inquebrantables de su esencia como pueblo.
Hoy afortunadamente presenciamos una Polonia democrática y republicana como ejemplo para las naciones de Europa y del mundo. Y hagamos votos para que siga siendo faro de luz y esperanza para un mundo mejor y más justo; especialmente para la conflictiva Europa de hoy que parece nuevamente no encontrar su destino.
Finalmente, quisiera compartir con ustedes un recuerdo de un acontecimiento de mi infancia. Allá por las postrimerías de la década del ’50, en los paredones de Quilmes, aparecía un grafiti que me llenaba de orgullo: era un águila polaca coronada y la leyenda “Polonia cuna de héroes”. Creo que es una bella definición de Polonia y la que mejor expresa, en pocas palabras, la esencia del pueblo polaco.
Jacek Piechocki
Vicepresidente 1° UPRA